La Ribot y Monnier, la genética del gesto


Parecen hermanas. Antes de entrar en detalles, sus físicos se llegan a confundir en el trampantojo de una caja alemana de telones, un embudo (siniestramente esmaltado de negro) que puede ser el mismo de Brueghel y El Bosco para simbolizar la locura. Distintas, pero conectadas por el vector de la individualidad y un taimado vestuario en sinonimia, Monnier y Ribot en sesenta minutos tejen un fresco implacable e indolente de sus inquietudes. Gustavia es un ejercicio de espejos y reflexión sobre el arte y la vida, la mujer y otros dramas no sólo contemporáneos, sino consecuciones de vida, retales que ellas jerarquizan y llevan a la entidad plástica de lectura escénica. Haciendo justicia al pasado, ambas sufrieron en su momento la incomprensión de sus entornos: Monnier, se decía, era críptica y fría; La Ribot, despeñándose en senda propia en la que no se veía desbroce alguno. Hoy, todo está en su sitio.

La primera escena de las plañideras pone ya sobre el tapete los acentos de humor y gesto. Se puede pensar en Marceau y en Keaton, pero estas dos anti-heroínas, calzadas cismáticas y con una casi angustiosa respiración quijotesca, avanzan hasta envolver al espectador escéptico en la iluminación abisal.

En los recurrentes y a veces hilarantes textos dadaístas que se escuchan en sus voces, Ribot y Monnier, emulando a un Artaud juvenil, a veces citan pasos de ballet y es que ellas, amén de otras congenies, concilian un pasado en la barra de la clase. Ambas conservan, usufructúan hoy esos cuerpos alongados y esa musculación característica por debajo de una piel transparente que responde a las exigencias extremas. Habrá más o menos baile, pero no importa. Es baladí referirse a ello: si la danza habla de esencias intangibles, ésas están presentes en sus respiraciones.

Gustavia también es un cúmulo referencial que mira al pasado, desde los happenings setenteros a las instalaciones dinámicas actuales; y esas confluencias están muy presentes en la obra de La Ribot, jerarquizada, valorada fuera de la escena convencional. Probablemente en esto Ribot ha influido sobre Monnier, pues se siente su manera de crear una tensión, un juego de hilos invisibles sobre los cuales se juega al frágil equilibrio.

 

ROGER SALAS - Madrid - 20/02/2009